GUIA PARA SEGUIR LOS PASOS DE HEMINGWAY EN PAMPLONA
La ciudad de Pamplona acoge otros rincones que fueron frecuentados por Hemingway. Son lugares muy buscados por el turista que viaja tras las huellas del escritor.
Quien quiera ampliar su visita al resto de la provincia de Navarra para conocer esos otros rincones que le sirvieron de ocio y descanso, deberá de acudir a las localidades de Lecumberri, o de Burguete; y visitar el bosque del Irati, a donde acudía a pescar.
Y para quien quiera callejear por Pamplona, para quien quiera conocer con un poco más de detalle esos lugares de los que de forma documentada tenemos conocimiento que él frecuentó, sirva esta breve guía.
Gran Hotel La Perla
En una de las esquinas de la Plaza del Castillo se alza un edificio, algo más alto que los demás, fácilmente distinguible por su fachada de color claro. Es el Hotel La Perla (oficialmente denominado Gran Hotel La Perla). Este establecimiento ocupa la totalidad de un edificio construido en 1853, abriendo sus puertas como negocio hotelero en 1881 con el nombre de Fonda La Perla.
El 6 de julio de 1923 Ernest, y su esposa Hadley, pisaban Pamplona por vez primera. Un ómnibus, posiblemente del propio hotel, subió a esta pareja desde la Estación del Norte hasta la Plaza del Castillo dejándoles en la puerta de La Perla en donde el matrimonio norteamericano tenía ya reservada su habitación.
Todo parece indicar que fue la propia dueña, doña Ignacia Erro, quien atendió a los recién llegados. Enterados éstos del precio que tenía la estancia allí, expusieron a la dueña su imposibilidad de pagar esa cantidad por ser ésta un precio ligeramente incompatible con su condición de periodista y corresponsal de un vulgar semanario.
La propia Ignacia Erro, consciente de la dificultad que un matrimonio norteamericano iba a tener en una pequeña capital provinciana sin conocer el idioma local, se preocupó de buscarles un alojamiento mucho más barato como lo fue la pensión existente en el número 5 de la calle Eslava.
A partir de ese momento, y en años sucesivos, Hemingway se refugia en la amistad que le brinda doña Ignacia Erro, quien ese mismo año hizo de intermediaria entre Ernest y el archivero municipal, don Leandro Olivier, para que éste facilitase al matrimonio estadounidense las entradas para las corridas de toros, ese año y los venideros.
Esta relación se consolida con el paso de los años como consecuencia de las horas que pasa Hemingway en este hotel disfrutando del ambiente taurino que en él se vivía. Allí gustaba él de ver a los toreros, de hablar con ellos, e incluso algunos matadores, a quienes les caía en gracia posiblemente por su condición de extranjero, le permitían acceder a sus habitaciones para que fuese testigo de todo el ritual que supone la colocación del traje de luces.
El propio hotel se preocupaba de dar a cada figura de la terna la habitación numerada hoy con el 217, con balcones a la Estafeta, desde donde el diestro podía ver por la mañana el encierro. Este repetitivo hecho contribuyó a que el escritor hiciese de esta habitación una estancia apetecida a la que su modesta economía no permitía alcanzar.
Décadas después, en los años 1953 y 1959, con una economía mucho más saneada Hemingway, aunque agradecido a sus amigos por los alojamientos que le habían buscado para pasar las fiestas, se da por fin el gusto de alojarse en esta estancia, n.º 217, en compañía de Mary, la que fuera su cuarta y última esposa.
Tras la última remodelación de este establecimiento, la antigua habitación n.º 217 es ahora la n.º 201.
Café Bar Torino
Estuvo situado en el rincón de La Perla, concretamente en el número 3 de la plaza. El hecho de que tuviese nombre de una ciudad italiana motivó —se desconoce si fue de forma voluntaria o por simple despiste— que Ernest Hemingway bautizase a este bar en su novela Fiesta con el nombre de otra ciudad italiana: Bar Milano. Lo describió en su libro como “medio bar, medio cervecería; pequeño, pero se podía comer algo y bailar en una habitación trasera”.
Pero al margen de las alusiones literarias que este café bar mereció en la popular novela su terraza fue frecuentada por el Premio Nobel durante sus estancias de los años 1953 y 1959.
El Torino cerró sus puertas en el año 1971, dando paso en 1973 a su sucesor, el Windsor Pub, que acoge en su terraza durante los Sanfermines a una fiel clientela cosmopolita.
Hotel Quintana
Estamos ante uno de los establecimientos más emblemáticos de la biografía sanferminera de Hemingway. A pesar de que hace 65 años que cerró sus puertas, todavía hoy, y cada vez más, numerosas personas extranjeras recorren la Plaza del Castillo tratando de localizar un inexistente rótulo comercial que anuncie la ubicación del Hotel Quintana.
Hemingway hizo famoso a este hotel y a Juanito Quintana, su dueño, en Fiesta, bautizándole en el texto como Hotel Montoya y señor Montoya.
Nuestro protagonista se alojó por primera vez en este establecimiento en los Sanfermines de 1924. Unos días antes el periodista madrileño Rafael Hernández, crítico taurino de “La Libertad” recomendó a su colega norteamericano que cuando fuese a Pamplona se alojase en el Hotel Quintana por ser su dueño un gran aficionado a los toros. Este hotel había sido inaugurado unos años antes por Juanito Quintana quien, merced a su entusiasmo por la fiesta de los toros, había logrado atraer a su establecimiento a algún matador. Es así como ese año se aloja en este hotel Ernest acompañado de su mujer y de sus amigos.
Desde entonces, y hasta su fallecimiento, Juanito Quintana y él mantuvieron una férrea amistad aumentada y consolidada con el paso de los años gracias a una común afición taurina. En este hotel se alojó Hemingway en los Sanfermines de 1924, 1925, 1926, 1927, 1929 y 1931. El propio Juanito Quintana le presentó al matador de toros Cayetano Ordóñez, el Niño de la Palma, con quien también forjó una buena amistad, aunque nada comparable con la que décadas después forjaría con su hijo Antonio Ordóñez.
El carácter escandaloso de Hemingway y su afición por la bebida y por las mujeres propiciaron numerosas anécdotas durante su estancia en este establecimiento hasta el extremo de que Juanito Quintana se veía obligado a asignarle cada año una habitación diferente, buscando siempre que su amigo molestase lo mínimo a sus clientes más distinguidos.
Tras la proclamación en 1931 de la II República Española el Hotel Quintana cobró especial protagonismo por servir sus comedores de escenario para actos, homenajes y banquetes vinculados con la causa republicana de la que Juanito Quintana era fiel adepto, como también lo fue a su manera Ernest Hemingway. Esto fue motivo para que en julio de 1936, al comenzar la Guerra Civil, y sorprendiendo la sublevación a Quintana en la feria francesa de Mont de Marsan, éste decidiese no volver a España (lo haría posteriormente) por temor a posibles represalias. Es así como en 1936 el Hotel Quintana cierra sus puertas. Posteriormente, y con otro dueño, se reabrió hasta el final de la guerra con el nombre de Hotel España.
Este hotel estuvo situado en el edificio existente en el n.º 18, y que hoy se nos muestra en su aspecto exterior con la misma fachada que conoció Hemingway.
Bar Txoko
En aquellos años ostentaba el nombre oficial de “Bar Choco”, que es con el que le conoció Hemingway en los años 1953 y 1959. Es aquí, y en la terraza del Café Iruña, en donde le recuerdan numerosos pamploneses después de alcanzar gran popularidad tras la concesión en 1954 del Premio Nobel de Literatura. Y es también, precisamente en la terraza de este bar, donde más veces fue fotografiado.
Era habitual verle en su terraza antes y después de la corrida de toros, con su camisa a cuadros, bien sea en amigable tertulia con sus amigos, bien firmando autógrafos rodeado de admiradores o bien cortejando, en presencia de su mujer, a alguna guapa periodista extranjera de las que revoloteaban siempre en torno a él.
El Txoko está situado junto al antiguo Hotel Quintana, en la esquina de la plaza en donde desemboca la calle Espoz y Mina.
Café Suizo
Fue el decano de los cafés de Pamplona. Ubicado en el número 37 de la Plaza del Castillo (antigua casa de los toriles) desde el año 1844, año en el que fue inaugurado por los señores Matossi y Fanconi, de Suiza.
Su terraza también fue frecuentada por Ernest Hemingway, aunque no falta quien dice que el escritor, en los años cincuenta, procuraba evitar esta terraza por razones ideológicas, es decir, porque entre su clientela abundaban los individuos hostiles a la causa republicana.
En cualquier caso lo cierto es que el Suizo acogió en su terraza, y en no pocas ocasiones al autor de Fiesta. Precisamente en esta novela Hemingway alude al Café Suizo en dos ocasiones, informando en una de ellas que “el dueño habla alemán e inglés”.
El Café Suizo, después de 108 años de funcionamiento, cerró definitivamente sus puertas en el año 1952, dando paso al Banco de Bilbao.
Café Kutz
No existe en la actualidad. Ocupaba el local situado entre el Café Iruña y el Pasaje de la Jacoba. Inaugurado por don Luis Kutz en el año 1912. Hemingway habitó su terraza en numerosas ocasiones, dejando constancia de ello en su libro Muerte en la tarde.
José Luis Kutz, hijo del fundador de este café, rememoraba hace unos años sus recuerdos de las estancias del escritor norteamericano, destacando la imagen mítica que en los años cincuenta alcanzó este personaje entre sus compatriotas: le veneraban, casi se arrodillaban ante su presencia.
Tras el fallecimiento de don Luis Kutz el café pasó a manos de su esposa Elvira, quien con la ayuda de sus hijos M.ª Luisa y José Luis, mantuvo abiertas sus puertas hasta el año 1961. Curiosamente entre los clientes del Kutz estuvo otro escritor que también llegaría a ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura; se trata de Camilo José Cela, quien mantenía una buena amistad con José Luis Kutz, antiguos compañeros de estudios.
Actualmente los locales que ocupó el Kutz acogen a una oficina bancaria.
CAFÉ IRUÑA
Fundado en 1888, el víspera de San Fermín, en la pamplonesa Plaza del Castillo. Su apertura sirvió para inaugurar oficialmente la llegada de la luz eléctrica a la ciudad de Pamplona.
Unos meses antes, el 22 de marzo, se había constituido la sociedad “Iruña S.A.” a iniciativa de don Serafín Mata, que articuló la propiedad del café en torno a una extensa base social de accionistas, tal y como hoy sigue siendo.
A día de hoy podemos decir que el Café Iruña sigue en el mismo lugar y con la misma ambientación de café de la “belle époque”. Es un rincón apacible en el que parece haberse detenido el tiempo; mesas de mármol, columnas profusamente decoradas, grandes espejos, policromados escudos, una larga barra…
Atalaya privilegiada para quien quiera tomarse un café teniendo ante sí la magnitud de la Plaza del Castillo, para quien quiera sentir el latido de la ciudad en su mismo corazón.
Son miles los turistas que a lo largo del año se acercan a contemplar este establecimiento. Hemingway lo hizo popular, pero son muchos los personajes famosos que en él han estado (Sabino Arana, Pablo Sarasate, Orson Wells, Alfredo Kraus…).
Aquí se han preparado movilizaciones fueristas, en el siglo XIX; aquí se han inspirado no pocos artistas; algo saben sus paredes de conspiraciones bélicas, de amores forjados, de operaciones mercantiles en días de mercado, de banquetes políticos, de…
Si algo tiene este café es su condición de popular, que tradicionalmente ha acogido a clientes de todos los niveles sociales; las imágenes en sepia de hace unas décadas nos muestran a un Café Iruña en el que alternaban personajes ataviados con sombrero, levita, y redondos anteojos, con otros personajes de aspecto mucho más austero, tocados con blusón y boina.
Fiel reflejo esta imagen de que en el Iruña ha convivido toda Navarra, la rural y la urbana, la elegante y la ruda; también el autóctono y el forastero, el tratante de ganado y el banquero, el bohemio y el yupi, el que lee y el que charla… El Café Iruña es ese gran cajón de sastre en el que todos tienen cabida, lo mismo ayer que hoy.
La historia, la solera, el ambiente, el buen servicio…, son condimentos que hacen de este centenario café, en la pamplonesa Plaza del Castillo, un rincón único y especialmente atractivo.
Hemingway y el Iruña
Se puede afirmar, sin miedo a equivocarse, que el Iruña es el denominador común de todas sus visitas a Pamplona; incluso, entre quienes conocieron a Hemingway, existe el convencimiento de que el escritor no dejó de acudir a este mítico café ninguno de los días que estuvo en la capital navarra.
Ernest, su esposa, y su cuadrilla de amigos, encontraron en este café una atalaya excepcional desde la que observar y sentir el palpitar de la fiesta. “Tomamos café en el Iruña, sentados en cómodos sillones de mimbre, mientras desde la fresca sombra de las arcadas contemplábamos la gran plaza” escribe Hemingway en su novela Fiesta.
Era el lugar ideal para charlar en amigable tertulia, en amplio corro de amigos…., en el corazón de la ciudad y de la fiesta…, degustando sin ninguna prisa el vino de Navarra, o la copa de Fundador… El Iruña era ese palco desde el que se veía el escenario de la fiesta, ante donde desfilaban los gigantes y las peñas de mozos, desde donde mejor se veían los fuegos de artificio, sin otra música ambiental que la del txistu y el tamboril. El Iruña era… lo mismo que es hoy.
Hablar de Hemingway en Pamplona implica una referencia obligada al Café Iruña. Sin ninguna duda éste era su escenario preferido, tanto para él como para sus amigos.
Los testimonios recogidos entre quienes conocieron a nuestro hombre son unánimes a la hora de destacar el gran cariño que el escritor tenía hacia este café al que, ya en el año 1926, llega a citar expresamente en su novela Fiesta hasta un total de catorce ocasiones, ambientando en él buena parte de sus escenas y de los diálogos, y citándolo indirectamente decenas de veces bajo el nombre genérico de el café o el café de la plaza.
Se ha podido recoger también una curiosa anécdota acaecida en los Sanfermines de 1953. En la terraza del Iruña llegaron a juntarse el afamado Baleztena, Javier Goyena, Carlos Manrique, el matador de toros Antonio Ordóñez, y el escritor Ernest Hemingway. La conversación entre ellos se fue animando, en unos más que en otros a causa del alcohol; y en un momento dado, una pitillera de plata fue el centro de una acalorada discusión en la que Javier Goyena, contrariado por lo que le decía el norteamericano, dio un fuerte golpe con un sifón rompiendo la mesa del velador. Tal fue el escándalo que acabaron todos detenidos. A falta de dos horas para empezar la corrida de la tarde Antonio Ordóñez todavía estaba declarando en comisaría, siendo como era el protagonista esa tarde en el coso pamplonés. El incidente no trascendió.
Hemingway, la terraza del Iruña y una buena copa de coñac, son un trío de elementos difícilmente desligables. Hoy son cientos de forasteros los que anualmente se dan el gusto de vivir en esta terraza las mismas sensaciones que décadas atrás vivió el de Illinois.
Básicamente el Café Iruña conserva el mismo estilo y la misma ambientación que sirvió para cautivar al escritor, y este es un detalle que el público y cuantos se acercan saben percibirlo y agradecerlo.
El Rincón de Hemingway
No cabe duda de que la figura de Ernest Hemingway y el Café Iruña han consolidado un binomio inseparable. El café, gracias a la figura y a la obra del escritor, goza hoy de una imagen y de una proyección internacional. Hasta él acuden cada año turistas y periodistas de todo el mundo.
En justo agradecimiento el Café Iruña le devuelve ahora el favor a su distinguido cliente dedicándole dentro del establecimiento un espacio que sirve de homenaje permanente a la figura literaria de Ernest Hemingway, muy particularmente a su novela “Fiesta”.
El Rincón de Hemingway, en el Café Iruña, quiere ser ese punto en donde el visitante se encuentre con el mismo escenario, y el mismo ambiente, que conoció el escritor norteamericano; que es precisamente el escenario que le inspiró, en buena medida, para ambientar su primera novela importante. Es un rincón en donde podemos situarnos en su época, en donde podemos identificarnos con lo que él vio y vivió.
Quiere ser ese punto en donde, aunque en bronce, puede uno encontrarse con una recreación a tamaño natural de “papá Hemingway”. En donde uno pueda ver las imágenes fotográficas del escritor durante sus estancias en Navarra. En donde uno puede conocer su historia con el café, con las fiestas, y con la ciudad.
La ciudad necesitaba de un espacio así; de un espacio que sirviese de punto de arranque y de llegada para visitas guiadas por la ciudad de Hemingway; de un punto donde el visitante materialice sus emociones, donde el visitante pise donde el pisó, beba lo que bebía él donde el bebió, se fotografíe con él…
Este “rincón” es especialmente importante, tanto más cuando varios de los establecimientos que Ernest Hemingway frecuentó en Pamplona ya han desaparecido, o se han transformado.
El “Rincón de Hemingway” nace como una expresión de agradecimiento hacia la figura y la obra literaria de quién dio a conocer el Café Iruña y la ciudad de Pamplona en todo el mundo.
La escultura
Lo primero, y lo que más, sorprende al visitante cuando entra al Rincón de Hemingway es encontrarse de frente con una figura realista del escritor estadounidense, apoyado con un brazo en la barra del bar, y con un pie ligeramente colocado sobre el estribo de la barra. Tiene su mirada clavada en un punto indefinido del suelo, en dirección a la puerta del local.
Estamos ante una obra escultórica minuciosamente trabajada, tanto en las arrugas de la ropa (camisa, pantalón, y zapatos viejos), como en el pelo, como en los detalles y las formas anatómicas.
Su autor es José Javier Doncel (1952), de la localidad navarra de Funes. Su obra escultórica puede apreciarse también en otras localidades de Navarra (Carcastillo, Irurzun, Izu, Pamplona, etc.) y de Segovia (Ayllón).
La figura de Ernest Hemingway que vemos en la barra del Café Iruña es una pieza de bronce patinado, con una altura de 185 centímetros, y un peso aproximado de 240 kilogramos.
Hostal del Rey Noble
Poca es la gente que conoció a este establecimiento por su verdadero nombre. Por el contrario, su popular denominación de Las Pocholas adquirió renombre internacional.
A este restaurante, hoy desaparecido y que estuvo situado en el Paseo de Sarasate (frente al Monumento a los Fueros), acudieron a cenar el 10 de julio de 1953 el escritor Ernest Hemingway y el matador de toros Antonio Ordóñez, poco después de que éste último cortase esa misma tarde, en memorable faena, las cuatro orejas que le habían tocado en juego.
No es seguro que el norteamericano conociese anteriormente este restaurante, pero lo que sí se sabe con certeza es que esas mismas fiestas, como en las del año 1959, Ernest se convierte en un fiel cliente de esta casa. Baste como ejemplo la visita esporádica que Hemingway hizo a Pamplona, procedente de Francia y con destino a Logroño, el 21 de septiembre de 1956. Estuvo ese día tan sólo unas horas, y la comida la hizo en Las Pocholas.
Se dice que acostumbraba a sentarse siempre en la misma mesa, próxima a la entrada, alineando caprichosamente su cabeza con la del rey Carlos III el Noble, bajo cuyo busto escultórico se sentaba.
Casa Marceliano
Era la clásica taberna de la Pamplona de antaño. Mobiliario de madera…, poca luz…, vino de la tierra…, sardinas viejas…, “castas” de Pamplona de toda la vida… En fin, que no le faltaba de nada.
La descubre Hemingway durante sus Sanfermines de 1926, y a partir de ese momento Casa Marceliano quedó predestinada a convertirse en una tasca popular y famosa de la mano del escritor hasta lograr un renombre internacional que para sí lo quisieran otros establecimientos. Es aquí precisamente, y ese mismo año, cuando Ernest se aficiona al ajoarriero, un plato típicamente navarro elaborado a base de bacalao. El propio Matías Anoz, propietario entonces de este emblemático establecimiento, a requerimiento del novelista le facilita a éste la receta para su preparación.
En posteriores ocasiones, y en diferentes países, Hemingway confiesa reiteradamente que su plato favorito era el “ajoarriero al estilo de Pamplona”. Sin embargo, y aún siendo éste su plato favorito, Ernest acostumbraba a degustar con sus amigos, cada día que venía aquí, un buen estofado de toro… cordero en chilindrón… unas buenas magras de jamón con tomate…, y regado siempre con un buen vino de Navarra.
Era costumbre del escritor acudir todas las mañanas a este establecimiento, haciéndolo siempre inmediatamente después del encierro hasta bien avanzada la mañana. En 1953 escribió: “En Pamplona teníamos nuestros sitios secretos como Casa Marceliano, a donde íbamos a comer, beber y cantar después del encierro; la casa de Marceliano, donde las maderas de las mesas y de las escaleras están tan limpias y fregadas como la cubierta o teca de un yate, con la diferencia de que las mesas están horrorosamente manchadas de vino”.
Casa Marceliano, situado en la calle del Mercado (detrás del edificio del Ayuntamiento), a la derecha de la iglesia de los padres dominicos, cerró sus puertas en el año 1993, que fue cuando el Ayuntamiento compró el local a los hermanos Arraztoa con el objetivo de derribar el edificio. Hoy el edificio sigue en pie, pero el bar ha quedado cerrado para siempre. En el mes de marzo de 2001 el edificio reabrió sus puertas dedicado a oficinas municipales. Que nadie se moleste en buscar rótulo alguno que lo identifique con la antigua Casa Marceliano.
En el terreno de lo anecdótico sepa el lector que el cierre de este bar llegó a ser noticia de primera página en algún periódico estadounidense en el que se llegaba a censurar la actitud del Ayuntamiento de Pamplona por su responsabilidad y protagonismo en el cierre de tan emblemático establecimiento. Por otro lado, Axel Urban, un ciudadano alemán y gran admirador de Hemingway, se preocupó de comprar parte del mobiliario y de la vajilla de este local, reabriendo poco después “Casa Marceliano” en la pequeña localidad germana de Flensburg.
C/ Eslava, 5
No se trata precisamente de un lugar que fuese frecuentado por Ernest Hemingway, pero el 4.º piso de este edificio, más concretamente la fonda que allí existió, acogió en 1923 el primer sueño —o el primer descanso, porque dijo haber dormido poco— del periodista Ernest y de su esposa Hadley.
Monumento a Hemingway
Ubicado delante de la Plaza de Toros, junto al callejón, dando paso al paseo de su nombre.
Inaugurado el día 6 de julio de 1968, a la una de la tarde, por el alcalde de Pamplona don Ángel Goicoechea, a quien acompañaba Mary, la viuda de Hemingway. Inauguraron el monumento y descubrieron la placa, tallada en piedra, con la inscripción Paseo de Hemingway.
El monumento es un bloque de granito de Navacerrada que pesa 8.000 kilos. El escultor se apellidaba Sanguino.
En 1999, con motivo del centenario del nacimiento de Ernest Hemingway, el Ayuntamiento de Pamplona restauró la inscripción (letras metálicas incrustadas en la piedra), que dice así:
ERNEST HEMINGWAY
PREMIO NOBEL DE
LITERATURA
AMIGO DE ESTE PUEBLO Y
ADMIRADOR DE SUS
FIESTAS
QUE SUPO DESCRIBIR Y PROPAGAR.
LA CIUDAD DE PAMPLONA.
SAN FERMIN
1968
Hotel Yoldi
Situado en la Avenida de San Ignacio. En los años cincuenta del siglo XX se consolidó este establecimiento como “el hotel de los toreros”, favorecido por la circunstancia de la tranquilidad y a la vez de su proximidad al coso pamplonés.
En el Hotel Yoldi se alojó en varias ocasiones el matador de toros Antonio Ordóñez, buen amigo de Hemingway; y en ese hotel recibió sus visitas en no pocas ocasiones.
GUIA PARA SEGUIR LOS PASOS DE HEMINGWAY EN EL RESTO DE NAVARRA
La Navarra fue, entre 1923 y 1959, destino de las visitas del escritor Ernest Hemingway. Los Sanfermines y el bosque del Irati, dos mundos contrapuestos, inspiraron al Premio Nobel algunas de sus obras. Él, con su arte literario, le dio a Navarra una proyección internacional que cada vez coge más fuerza.
Quien quiera entender todo esto está invitado a visitar aquellos lugares que a Hemingway le cautivaron. Son lugares concretos: Pamplona, Burguete, Lecumberri, Aribe, Yesa…; lugares que hoy configuran una ruta turística que recuerda y rinde homenaje a quien promocionó Navarra.
Lecumberri
Desde 1931 Hemingway no visitaba Navarra. Las fiestas de San Fermín le atrajeron tanto que necesitaba volver a sentirlas y a ver Navarra. Por ello en la década de los cincuenta repite el viaje visitando, además de Pamplona, otras localidades.
Hemingway se alojó este año en la localidad de Lekunberri, en el Hotel Ayestarán, alternando sus estancias con el pamplonés Hotel La Perla.
Lekunberri, en un marco natural de gran belleza, fue el lugar que eligió el escritor norteamericano para descansar, para desconectar del bullicio, para llenarse de paz.
Yesa
El año 1959 fue la última vez que Ernest Hemingway (1899-1961) visitó Navarra. Es este último año cuando la revista “Life” quiso dedicar portada y un amplio espacio a la figura de Hemingway. Para ello trasladaron a Pamplona a un periodista y a un fotógrafo.
Y fue el propio escritor quien propuso que las imágenes de pesca obtenidas por el fotógrafo Julio Ubiña fuesen captadas a la orilla del embalse de Yesa. Es por ello que hoy la imagen del escritor ha quedado para siempre inmortalizada y ligada a este entorno gracias a aquél reportaje.
Burguete
En Pamplona, la familia propietaria del Hotel La Perla —en concreto Teresa Graz, su fundadora en 1881— descendía de Burguete de la casa llamada Korrosket. Todo parece indicar que fueron ellos quienes favorecieron el hecho de que Ernest Hemingway y sus amigos descubriesen la tranquilidad de este enclave del Pirineo navarro.
Unos días antes, o unos días después, de las fiestas pamplonesas en honor a San Fermín, Hemingway se desplazaba con su mujer y con sus amigos a disfrutar de unos días de descanso en el Hostal Burguete. El objetivo de su estancia en Burguete era descansar, disfrutar del paisaje, y pasear hasta el río Irati para poder pescar alguna trucha.
Aribe
El río Irati, unido al paisaje que le acoge, es el lugar que el escritor Ernest Hemingway eligió para pasar largas horas de soledad, sentado cerca de la orilla, con la esperanza de que alguna trucha picase el anzuelo de su caña.
Acudía andando, desde Burguete, hasta esta localidad de Aribe, en el valle de Aezkoa. Su lugar preferido estaba cerca de los Baños. Los testimonios recogidos nos dicen que hasta allí llegaba siempre con una cesta llena de cervezas, y que conforme las bebía las dejaba caprichosamente alrededor de un árbol.