Al sureste de Navarra, unas tierras de soledad y silencio, ejemplo de estepa ibérica en el valle del Ebro, configuran un territorio que hechiza al visitante. Fue lugar de fronteras, bandidos y pastores. Ahora sólo pide protección
Adentrarse en las Bardenas Reales es hacerlo en un mundo de fascinación y leyenda. Las Bardenas, pertenecientes a la Ribera Navarra que riega el Ebro, son singulares por muchos motivos. Su nombre se debe a que eran patrimonio de los reyes de Navarra, quienes desde el año 882 fueron concediendo derechos de uso. En 1705, los reyes de España cedieron estos derechos en exclusividad y perpetuidad. Ahora son administrados por una Comunidad de 19 municipios, dos valles y un monasterio.
Existen tres Bardenas claramente diferenciadas. La Blanca, en la parte central, es una gran depresión caracterizada por los afloramientos salinos que proporcionan una pátina blanca a los suelos desnudos. La Negra es la más meridional, con suelos bastante más oscuros. Y en el norte, el Plano, con la Landazuría, es el terreno fértil.
Una tercera parte del Parque Natural está incluida en la Zona de Especial Protección para Aves. Se puede encontrar una gran variedad, entre las que destaca el águila real y la alondra ricoti, que emite un sonido metálico y es difícil de ver.
El río Ebro queda a la izquierda, con un bosque de ribera continuo, que alcanza unos 25 kilómetros, desde la desembocadura del río Aragón, uno de los mejor conservados de Europa. Se contemplan numerosos arrozales y es zona de invernada de numerosas aves. En primavera-verano se encuentran gran cantidad de cigüeñas.
En pocos metros comienza el gran contraste. Se sube un pequeño collado y aparece la zona del Parque Natural, con sus característicos tochos y altiplanicies. Es la Bardena Blanca, la más desértica. Girando a la izquierda, dirección al polígono de tiro, se llega a Castildetierra, llamada así por su semejanza con un castillo de tierra. Más adelante, en el término denominado Las Cortinas, se acaban de rodar unas escenas de la última película de James Bond, con Pierce Brosnan a la cabeza. Las Bardenas se han puesto de moda para rodajes de películas y spots.
Se puede seguir un recorrido circular dejando a la izquierda las instalaciones militares. Se pasan zonas de barrancos, y a lo lejos ya se divisan unas líneas de montañas. La Ralla, en la plataforma de arriba, donde comienza Aragón, el Rallón y, por medio, la cañada de los roncaleses, que hoy todavía es transitable desde Roncal hasta las Bardenas. Las cruza de norte a sur, con 40 metros de anchura. Está íntegra y balizada. Por ella transita el ganado y sería utilizable para practicar cicloturismo.
Pasado la Ralla, el Rallón y Pisquerra, se toma un camino a la derecha, paralelo a la cañada, para dirigirse a El Paso, entrada natural desde el norte. Allí se unen los rebaños de ovejas que llegan en trashumancia. El espectáculo cada 29 de septiembre es grandioso. Se juntan cerca de 75.000 ovejas, que pastarán hasta junio.
El Monasterio de la Oliva
La salida hacia Carcastillo evidencia de nuevo el contraste, con zonas verdes abundantes. Nos adentramos en el valle del Aragón. Entre Carcastillo y Murillo el Fruto se encuentra el Monasterio de la Oliva, cisterciense, fundado en el siglo XII, bien conservado y de gran belleza. Merece una visita pausada.
De vuelta a El Paso, se toma, a la derecha, un camino que lleva al embalse de El Ferial para dirigirse al Vedado de Eguaras. Es un recorrido aconsejable para todoterrenos. En el Vedado, se goza de una gran visión. Es un terreno que los reyes de Navarra reservaban para cazar. No es conveniente hacer este tramo con lluvia.
Se bordea el Vedado, que queda a la izquierda, para llegar a la ermita de Nuestra Señora del Yugo, de gran devoción mariana. Se sale a Arguedas por una carretera recién asfaltada. En uno de sus tramos se sueltan las vacas para el encierro de las fiestas del primer fin de semana de agosto.
Los caminos dentro de las Bardenas están muy bien señalizados. No hace falta transitar fuera de ellos, lo que contribuye a la degradación de un territorio singular, que agradecería hallarse mucho más protegido.
José Luis Jiménez
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